Milagros.

Hay en mi barrio una señora llamada Milagros. La he visto esta tarde.

Pese a su nombre no le atribuyo capacidad de obrar milagros ni otros poderes especiales.

La guardo en mi memoria porque, aunque no recuerdo exactamente cuándo, hace muchos años, la encontré hablando como otras veces con mi vecina y más señoras en la entrada a nuestro edificio.

Y aquella, como otras veces, me detuve un momento a saludar. Al verme, alguna de ellas preguntó – ¿Y no tienes novio? Cosas que preguntan las señoras. Yo negué con la cabeza y con el rubor de mi cara, sonriendo condescendiente aunque seguramente a aquella edad ni siquiera sabía lo que significaba esa palabra.

Milagros me observó pícara y concluyó – Pero se le nota en la mirada que está enamorada.

Yo debía tener apenas 18 años y, como muchas chicas de mi edad, era más que probable que estuviera enamorada, de cualquiera. A esa edad te enamoras todos los días. Su predicción no era difícil, pero sentí que aquella mujer me estaba leyendo las entrañas.

No recuerdo nada más especial a partir de ese momento. Sólo sé que cada vez que me cruzo a Milagros por la calle, me asalta una inquietud.

No sé siquiera si ella se acordará de mí, y desde luego no del episodio. Pero por si acaso bajo la mirada al suelo, evitando que me vuelva a lanzar un veredicto que, quizá, no quiero escuchar.

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