La colina.
Me encontraste temblando debajo de una colina de sentimientos. Respirando, manteniendo las constantes vitales, pero escondida y muy quieta.
Te sentaste ahà fuera, en mi ladera, suavemente. Demasiado sigiloso para permitirme ser imprudente, pero a la vez demasiado unido como para no resultar excitante.
Tu presencia tranquila y profunda me hizo asomar al mundo, que en realidad, era el mismo mundo que me habÃa hecho apartarme. Ya no hay temblores.
Como hojas húmedas de otoño, apartaste con tus dedos un mechón de mi cara. – Es para verte mejor, me dijiste. Y con ese movimiento y sin saberlo, apartaste miedos y desalientos. Y entonces, sÃ, nos vimos mejor. Se reactivó el bombeo y se desentumecieron sensaciones.
Y nos quedamos allÃ, mucho rato, quietos, a lo alto del montÃculo mágico, un monte de Venus particular que nos acoge y alimenta.
Y si ahora tiemblo es de placer.