El hombre con la cara llena de historias.

A veces es por un comentario, otras por observar un gesto, pero lo que me reveló las miles de historias que aquel hombre tenía que contar fue mirar su cara.

Un rostro que es reflejo de un alma llena de memoria, crónica de una vida repleta, que despierta prudente admiración, y desatado recelo.

Surcos que surcan y cuentan cuentos. Marcas que, una a una, desvelan un marchito pasado que parece pesar en el presente, y, quizá ensombrecen el futuro.

Lo veo fumar, solitario, en un rincón del bar. Parece tranquilo acompañado de su copa. Le miro cada vez con menos cautela. Piel envejecida. Frente ancha y despejada que enmarca una mirada inteligente aunque cansada y diría satisfecha. Pómulos acanalados, y labios estrechos decorados con un bigote canoso.

De vez en cuando frunce el ceño, y entonces quiero imaginar que una de esas historias está aflorando hasta su piel para mí, y para quien quiera escucharla.

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