Madrid, 1.950.

Por algún motivo que todavía desconozco, me sucede a menudo que gente ajena a mi, y circunstancialmente anónima, me habla. Puede que sea yo, lo admito, quien de alguna forma les invite a aproximarse y dirigirme unas palabras que en ocasiones se transforman en conversación. O puede que en realidad sea algo que le pase a todo el mundo. Lo cierto es que a veces estos encuentros se resuelven en situaciones curiosas.

Fue la pasada semana en Madrid cuando tuve el último de mis episodios curiosos. Íbamos en el metro camino del centro, algunos compañeros de trabajo y yo. A nuestro lado una señora. Es mayor, aunque parece en forma. Hay sitios libres esparcidos por el vagón, pero el compañero a mi izquierda le cede su asiento, por ser el que le quedaba más cercano.

Ella, muy digna, le agradece el ofrecimiento y se sienta.

Ya se me notan los años, hija. Me lo dice con una media sonrisa que adivino pícara. La miro, sonriéndole abiertamiente. 

Si se le notan para que la dejen sentar, no sale perdiendo. Es una mujer guapa. Lleva el pelo recogido en un moño bajo, algunos mechones le enmarcan el rostro. Los cabellos son oscuros pero se entreven bastantes canas.

Tengo 78 años, ¿eh, bonita?. Me lo dice orgullosa, asintiendo lentamente, esperando mi reacción.

¡Quién lo diría! Mi sorpresa es sincera. Pues quien tuvo retuvo señora, que está usted muy bien.

Y fui Miss Madrid. En 1950.

Me concedo la licencia de mirarla detenidamente. Tiene el aspecto de haber sido una mujer bella, y un porte algo altivo, de quien se sabe seguro de sí mismo. Los surcos de su cara delantan irremediablemente su edad, pero sus ojos, tremendamente expresivos, y sus rasgos armónicos,  le dan un aire juvenil que envuelve sus casi 80 años de vida.

El trayecto en su compañía es corto, se baja en la primera parada. Me mira mientra se levanta, elegante, dando medio giro a su cuerpo, y acompañando un leve movimiento de cabeza, me dice adiós. Quiero imaginármela haciendo ese mismo gesto en el Madrid de 1.950, y trasladándome a ese momento, me reafirmo en mi primera impresión. Debió ser una mujer muy bella, y a fe que a ojos como los míos, lo sigue siendo.

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